El silencio...

El silencio...
...debe romperse

viernes, 17 de octubre de 2008

THE AGE OF THE INNOCENCE (1993)

La Edad de la Inocencia: luchar contra la corriente.
Director: Martin Scorsese
Guión: Jay Cocks basado en la novela de Edith Wharton.
Protagonistas: Daniel Day-Lewis, Michelle Pfeiffer, Winona Ryder
País: Estados Unidos.
Duración: 139 min.

Dicen que en la guerra como en el amor todo se vale: no hay reglas ni obstáculos. Pero el amor es, se quiera o no, un acto social y como tal se vuelve una guerra contra la sociedad. La sociedad se encarga entonces de las reglas y los obstáculos. La sociedad no entiende de sentimientos, se convierte en el acusador, señala con el dedo sin el más mínimo interés por las personas involucradas. ¿Con qué derecho se acusa y se habla de las acciones y sentimientos de los demás? Dice Quevedo: “¡Qué bien damos consejos y razones lejos de los peligros y ocasiones!” y es verdad, cuando no se trata de nuestra piel sabemos la teoría completamente. La sociedad hecha para protegernos y albergarnos, fabrica una cantidad de reglas que no siempre sirven para hacernos mejores, que a veces ni siquiera nos permiten ser plenamente lo que somos. La ciega obediencia y el paso del tiempo nos convierten en personas feas y frustradas: tratando de buscar un espacio donde encajar olvidamos construirnos un espacio propio y descubrimos un día que estamos totalmente fuera de contexto.

¿Es coraje? ¿Personalidad? ¿Carisma? Sea como sea que se llame uno debe decir lo que siente, uno debe actuar de acuerdo con lo que uno es. Quizá el único patrimonio que nos queda al final de la vida es haber sido consistentes con nosotros mismos. Señalar es muy fácil, pero ser señalados requiere valor para enfrentarse a todo el mundo, para entender que el tan comentado “libre desarrollo de la personalidad” no es un pecado, no es un delito. Pocas cosas tan difíciles como perdonarse a sí mismo y este es apenas el primer paso. Se puede uno gastar toda una vida tratando de entender que se debe ser fiel a uno mismo y no a unas reglas arbitrarias que se hicieron sin tenernos en cuenta. En efecto, el mundo es mundo sea que uno esté o no en él. Nadie se interesa por las causas de nuestras acciones, el genuino interés por el otro no está contemplado por las reglas de nuestra sociedad, que sólo pretenden uniformizar nuestros comportamientos, convirtiéndonos en autómatas que actúan por simple repetición.

El amor es a veces una de las formas más puras del egoísmo. Lo que decimos sentir por el otro nos hace ciegos a sus gustos y sus deseos. Llega un momento en el que no importa qué es lo que la pareja quiere, basta con lo que uno quiera y de ahí en adelante el fin justifica los medios: las convenciones sociales se pueden volver un arma para triunfar sobre el deseo del otro, que es también una manera de dominarlo, de asegurar la posesión. Las convenciones sociales convierten el amor en un compromiso y no simplemente un sentimiento. Los gustos personales pasan a un segundo plano, la sociedad no perdona las contravenciones, no perdonan que alguien salga dañado si uno decide seguir su deseo o su verdadero amor.

La sociedad está presente en el momento de vigilar, atacar y acusar. Pero una vez uno cede se da cuenta de que la sociedad nos engaña y nunca da soluciones. La solución muchas veces es el sacrificio y con ello volvernos mártires de nosotros mismos a beneficio de nada porque ese tipo de cosas nadie las ve y nadie las evalúa. Nadie nos va a premiar por echar nuestra vida por la borda. Solamente queda el desamparo, la resignación de llevar la procesión por dentro.

Se puede acusar a “La Edad de la Inocencia” de ser una película “preciosista” por su impecable armonía visual. La cámara nos muestra con exactitud todo el estilo de la época . El guión es dilatado, preciso y precioso. La belleza de la narración nos guía hacia un universo que cuidaba la forma en exceso, quizá tanto como cualquier otra época. Toda esa belleza sin embargo es contradictoria, a pesar de ella los interiores de los personajes principales están llenos de dolor, soledad y frustración. Dicen por ahí que"es más importante parecer que ser", lo que no se dice por ahí es todo el dolor que ese principio encierra. Uno debe estar dentro de los parámetros de la sociedad y debe ser una buena persona, pero eso no significa que uno deba obligarse a ser lo que no quiere por conservar las apariencias y no dar de que hablar. En la vida hay mucha belleza y mucho espacio como para encerrarse en convencionalismos, más adecuados para adiestrar animales que para gobernar a los seres humanos.

Las películas de Martin Scorsese son intensas, a veces saturadas de detalles. Sin embargo cada detalle es indispensable porque nos ayuda a comprender los elementos de la historia.. Es un director que se toma su tiempo porque sabe muy bien de lo que está hablando. Improvisa poco. El alto nivel de su dirección siempre nos deja la sensación de que hemos visto algo grande, personal y muy contemporáneo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

DANGEROUS LIAISONS (1988)

Las Relaciones Peligrosas, dime con quién andas y te diré quién eres.

Director: Stephen Frears
Guión: Christopher Hampton basado en la novela de Choderlos de Laclos
Protagonistas: Glenn Close, John Malkovich, Michelle Pfeiffer.
País: Estados Unidos, Reino Unido.
Duración: 119 min.

Somos seres imperfectos. Avanzamos por la vida como por una cuerda floja, nunca sobre seguro. La imperfección nos ayuda a vivir, claro, pero hace que a veces deseemos morir. Hace que cuestionemos nuestra autenticidad, nuestro lugar en el mundo. Nuestra imperfección es el hogar de nuestros demonios interiores, esos que queremos exorcizar; es el hogar de nuestras obsesiones, la copa que contiene todo nuestro veneno. Cada uno se enfrenta a ese infierno con lo que tiene a mano. Mientras unos se castigan todo el tiempo, hay quienes se convencen de que el mundo les debe algo y se las ingenian para obtenerlo a toda costa. Sus demonios interiores los enseñan a manipular y pronto aprenden que “el fin justifica los medios”. ¿Es esto la maldad? Los seres “malos” tienen también sentimientos, ocultan un profundo dolor y una frustración que demuestran (si se puede llamar así) de una forma animal, haciendo daño a otros para no hacérselo a si mismos.

La historia de Relaciones Peligrosas es agresiva y violenta. No es un guión que pretenda dar ejemplo, no nos ayuda a respetar o amar. Nos abre los ojos sobre la inmoralidad de las personas, sobre la desdicha que se puede cernir sobre nuestras vidas de buenas a primeras, sin que hayamos hecho nada para merecerlo. A pesar del final, que puede tener un cierto tono de moraleja, enseña que es posible vivir bien rompiendo todos los parámetros de la rectitud. La marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont se sienten dioses, para ellos el orgullo no puede esperar, no están dispuestos a recibir un segundo lugar. La hipocresía que oculta sus oscuras intenciones, les servirá también para ocultar sus lágrimas; han aprendido a ocultar la angustia y el dolor porque son muestra de debilidad.

Observamos en esta película el contraste que existía entre las clases sociales de la época, un profundo desequilibrio que años más tarde desembocaría en la Revolución Francesa. Los protagonistas no ganan el pan con el sudor de su frente. ¿Cómo pasar el tiempo? Algunos, como Madame de Tourvel, optan por la espiritualidad y el recogimiento; sin embargo el nuestro no es un mundo de santos y así hay quienes piensan que vale la pena divertirse a costa de otros. Si en el camino se destruye la paz o la vida de alguien más, se trata de daños colaterales. El ocio y la obsesión por el sexo son enfermedades tan antiguas como la condición humana; sin obligaciones concretas, sin tener nada más en qué pensar, la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont terminan siendo simples títeres de sus propias pasiones, aunque se crean los titiriteros.

La película es una verdadera joya visual. Cada fotografía está construida con precisión, transmite el espíritu de la época, decadente y refinado. Las actuaciones son magistrales, basta observar la evolución de Glenn Close, cuya imagen abre y cierra la película; la exactitud en la elección del reparto es sorprendente. Una dirección armoniosa al compás de una música que es cómplice de cada escena, hacen de Relaciones Peligrosas una película realmente digna de verse por el gusto exquisito con el que fue elaborada. Sin embargo su belleza no pretende engañarnos; al final sentimos que no estamos a salvo: algo o alguien más está dirigiendo los hilos y eso puede tener consecuencias fatales.