Satanás: El común denominador
Director: Andrés Baiz
Guión: Andrés Baíz, basado en la novela de Mario Mendoza
Protagonistas: Marcela Mar, Damián Alcázar, Blas Jaramillo
País: Colombia
Duración: 95 min
La maldad ha fascinado desde siempre a los seres humanos. El paso del tiempo o las diferentes circunstancias, cambian las categorías de lo que consideramos malo o bueno. Pero hay algo que consideramos maldad pura y nos inquieta ¿de qué seríamos capaces si nos vemos forzados? A veces hemos probado “el sabor de la sangre” pero siempre pensamos que hay un límite de lo normal, que no seríamos capaces de atravesar. Al fin y al cabo somos esencialmente buenos, es la sociedad la que nos corrompe... Y si no es así, al menos nos insensibiliza. Basta observar el fenómeno de los medios de comunicación: el mal se ha vuelto algo cotidiano, una cifra, una estadística. A lo sumo un golpe que nos conmueve durante unos cuantos minutos, mientras un golpe mayor nos hace reaccionar nuevamente, hasta que no reaccionamos más. No vemos las cicatrices que nos recuerdan lo ocurrido, que nos dicen que aquí, SI ha pasado algo. No tenemos memoria y, en cambio, tenemos la famosa memoria selectiva, nuestro mecanismo de defensa para evadir lo que nos afecta, lo que debería afectarnos.
Cada día trae su propio afán y, sin embargo, nos consumimos por un futuro que no sabemos si vamos a ver o no. Y cada día trae también la rutina o el hambre, el estrés del trabajo o la indiferencia, los problemas sentimentales o los trancones en la calle, la impuntualidad o la corrupcion y la impunidad. Son factores que nos hacen seres violentos, extraños, extranjeros, girando en el deteriorado carrusel de las relaciones humanas que jamás ha ido para ninguna parte. Un tránsito eterno, sin destino alguno. No hemos aprendido nada de nuestra experiencia y menos aún de la experiencia ajena. Cada vez somos más hipócritas, menos amables, menos dignos de confianza. Nuestros mecanismos de defensa nos han aislado, haciéndonos más indiferentes. El olvido es una regla, una parte de nuestra identidad que no nos salva de nada, que ya no es una bendición.
Ése olvido crece y se reproduce. Vivimos en un país que todo lo admite y en el cual para todo encontramos una justificación. Realmente nos hemos convencido de que Dios vela por nosotros y ha hecho del nuestro el mejor de los países posibles. Por eso pensamos que es normal lo que hace Paola – el personaje interpretado por Marcela Mar – al ser, al fin y al cabo, una manera de equilibrar la balanza. Quizá en algún momento lo que buscábamos era la Justicia... ahora simplemente queremos nivelar la balanza a como dé lugar. De la Justicia, nuestro antiguo objetivo, sólo nos queda la ceguera. Y el mal nos sigue pareciendo fascinante, sagrado hasta el punto de no querer interrogarlo, ajeno a nosotros... como si no fuera humano.
La eterna pregunta por la existencia de Dios se traduce ahora en la pregunta por su utilidad. Entre lo humano y lo divino, en el extenso terreno que separa el bien del mal se encuentra el personaje interpretado por Blas Jaramillo. Harto ya de estar harto, sin fuerzas ya para luchar por una sociedad decadente, incapaza de acompañarse a sí misma, de consolarse a sí misma y encontrar un camino. Entre una sociedad así y sus creencias espirituales ¿con quién terminaría uno identificándose si es un tanto realista? El sacerdote se siente incapaz para ayudar, no tiene la capacidad moral para hacerlo, la sociedad se le salió de las manos y prefiere unirse al enemigo que combatirlo.
El mal anida en nosotros. Tan dentro que no podemos verlo salvo a una considerable distancia, como una componente más del paisaje. “Satanás” nos muestra a una Bogotá inmersa en un país vulnerable y débil, que se desploma por la indiferencia, el frío del alma y las constantes disculpas. Eliseo es víctima de su propia locura, su incapacidad de comunicarse con todo y con todos, incluso con su familia. Se cree obligado a hacer algo, a hacer justicia, con el espantoso desenlace que ya conocemos.
“Satanás” es una película arriesgada. Se siente como un golpe contundente que muestra a una Bogotá real, que tal vez no nos gusta. No hay gente amable, y el único color brillante es el color de la sangre. Está basada en la novela homónima de Mario Mendoza, quien conoció a su protagonista y nos ofrece un original punto de vista de la situación. Es una película que cuestiona e impresiona, hecha con extremo cuidado y seriedad, con camaradería y amor al buen cine.
Director: Andrés Baiz
Guión: Andrés Baíz, basado en la novela de Mario Mendoza
Protagonistas: Marcela Mar, Damián Alcázar, Blas Jaramillo
País: Colombia
Duración: 95 min
La maldad ha fascinado desde siempre a los seres humanos. El paso del tiempo o las diferentes circunstancias, cambian las categorías de lo que consideramos malo o bueno. Pero hay algo que consideramos maldad pura y nos inquieta ¿de qué seríamos capaces si nos vemos forzados? A veces hemos probado “el sabor de la sangre” pero siempre pensamos que hay un límite de lo normal, que no seríamos capaces de atravesar. Al fin y al cabo somos esencialmente buenos, es la sociedad la que nos corrompe... Y si no es así, al menos nos insensibiliza. Basta observar el fenómeno de los medios de comunicación: el mal se ha vuelto algo cotidiano, una cifra, una estadística. A lo sumo un golpe que nos conmueve durante unos cuantos minutos, mientras un golpe mayor nos hace reaccionar nuevamente, hasta que no reaccionamos más. No vemos las cicatrices que nos recuerdan lo ocurrido, que nos dicen que aquí, SI ha pasado algo. No tenemos memoria y, en cambio, tenemos la famosa memoria selectiva, nuestro mecanismo de defensa para evadir lo que nos afecta, lo que debería afectarnos.
Cada día trae su propio afán y, sin embargo, nos consumimos por un futuro que no sabemos si vamos a ver o no. Y cada día trae también la rutina o el hambre, el estrés del trabajo o la indiferencia, los problemas sentimentales o los trancones en la calle, la impuntualidad o la corrupcion y la impunidad. Son factores que nos hacen seres violentos, extraños, extranjeros, girando en el deteriorado carrusel de las relaciones humanas que jamás ha ido para ninguna parte. Un tránsito eterno, sin destino alguno. No hemos aprendido nada de nuestra experiencia y menos aún de la experiencia ajena. Cada vez somos más hipócritas, menos amables, menos dignos de confianza. Nuestros mecanismos de defensa nos han aislado, haciéndonos más indiferentes. El olvido es una regla, una parte de nuestra identidad que no nos salva de nada, que ya no es una bendición.
Ése olvido crece y se reproduce. Vivimos en un país que todo lo admite y en el cual para todo encontramos una justificación. Realmente nos hemos convencido de que Dios vela por nosotros y ha hecho del nuestro el mejor de los países posibles. Por eso pensamos que es normal lo que hace Paola – el personaje interpretado por Marcela Mar – al ser, al fin y al cabo, una manera de equilibrar la balanza. Quizá en algún momento lo que buscábamos era la Justicia... ahora simplemente queremos nivelar la balanza a como dé lugar. De la Justicia, nuestro antiguo objetivo, sólo nos queda la ceguera. Y el mal nos sigue pareciendo fascinante, sagrado hasta el punto de no querer interrogarlo, ajeno a nosotros... como si no fuera humano.
La eterna pregunta por la existencia de Dios se traduce ahora en la pregunta por su utilidad. Entre lo humano y lo divino, en el extenso terreno que separa el bien del mal se encuentra el personaje interpretado por Blas Jaramillo. Harto ya de estar harto, sin fuerzas ya para luchar por una sociedad decadente, incapaza de acompañarse a sí misma, de consolarse a sí misma y encontrar un camino. Entre una sociedad así y sus creencias espirituales ¿con quién terminaría uno identificándose si es un tanto realista? El sacerdote se siente incapaz para ayudar, no tiene la capacidad moral para hacerlo, la sociedad se le salió de las manos y prefiere unirse al enemigo que combatirlo.
El mal anida en nosotros. Tan dentro que no podemos verlo salvo a una considerable distancia, como una componente más del paisaje. “Satanás” nos muestra a una Bogotá inmersa en un país vulnerable y débil, que se desploma por la indiferencia, el frío del alma y las constantes disculpas. Eliseo es víctima de su propia locura, su incapacidad de comunicarse con todo y con todos, incluso con su familia. Se cree obligado a hacer algo, a hacer justicia, con el espantoso desenlace que ya conocemos.
“Satanás” es una película arriesgada. Se siente como un golpe contundente que muestra a una Bogotá real, que tal vez no nos gusta. No hay gente amable, y el único color brillante es el color de la sangre. Está basada en la novela homónima de Mario Mendoza, quien conoció a su protagonista y nos ofrece un original punto de vista de la situación. Es una película que cuestiona e impresiona, hecha con extremo cuidado y seriedad, con camaradería y amor al buen cine.