Dolores Claiborne: El dolor es un lugar físico.
Director: Taylor Hackford
Guión: Tony Gilroy, basado en la novela homónima de Stephen King
País: U. S. A.
Duración: 132 min.
Dolores: Un nombre que describe completamente a la protagonista de esta película, cuyos padecimientos parecen transmitirse de generación en generación. A veces parece que la infelicidad no se busca sino que se nace con ella o se gana como un premio que no queremos. Y no se plantea aquí la infelicidad inherente a las carencias, sino de la zozobra que nos habita y que nos impide llevar una vida tranquila. La infelicidad de apenas sobrevivir cuando deberíamos estar vivos. Una cotidianidad acogedora, en un lugar que sintamos propio rodeados de seres que nos necesitan y están juntos por voluntad y no por obligación.
A veces la infelicidad es algo que se elige, incluso inconscientemente. Las mujeres de la familia Claiborne son víctimas de sus propios sentimientos; aman o creen amar a hombres que son incapaces de valorarlas o bien se han equivocado al escoger un hombre con el que no hay un futuro posible. El paso de los años construye una cadena que las hace incapaces de apartarse de su miseria, y se acostumbran así a un destino donde lo único cierto es la desdicha. Si, son mujeres fieles... a sus dolores.
Idealmente, es en la familia donde las personas inician el camino hacia la adultez. La familia de Dolores es un pequeño infierno donde solamente se puede aprender que la infelicidad está a la vuelta de la esquina y que una manera de defenderse es acostumbrarse: se nace infeliz, se vive infeliz e infeliz se muere. Estas mujeres se reunen para observar su dolor, reflejado en las vidas de las otras. Después de todo, quizá el amor pueda servir para hallar un camino hacia una situación diferente.
Estar bien cuesta. Sobre todo por qué no sabemos cómo estar bien. No tenemos una guía de ruta para transitar el sendero de nuestra vida. No sabemos qué es lo que necesitamos para estar bien o cómo conseguirlo y frecuentemente el fallar en la búsqueda nos lleva a desistir, pensando que la felicidad es un estado de ánimo sobrevalorado. Pero la felicidad es nuestra definitiva razón de ser, lo único con lo que contamos para que nuestras penas no sean más fuertes que nosotros mismos.
Estas mujeres no saben reír ni llorar. Tendrán que aprenderlo entre sí, del hecho mismo de estar juntas. Tendrán que descubir que vale la pena seguir con vida, al menos por curiosidad... por saber qué les depara el destino.
Dolores: Un nombre que describe completamente a la protagonista de esta película, cuyos padecimientos parecen transmitirse de generación en generación. A veces parece que la infelicidad no se busca sino que se nace con ella o se gana como un premio que no queremos. Y no se plantea aquí la infelicidad inherente a las carencias, sino de la zozobra que nos habita y que nos impide llevar una vida tranquila. La infelicidad de apenas sobrevivir cuando deberíamos estar vivos. Una cotidianidad acogedora, en un lugar que sintamos propio rodeados de seres que nos necesitan y están juntos por voluntad y no por obligación.
A veces la infelicidad es algo que se elige, incluso inconscientemente. Las mujeres de la familia Claiborne son víctimas de sus propios sentimientos; aman o creen amar a hombres que son incapaces de valorarlas o bien se han equivocado al escoger un hombre con el que no hay un futuro posible. El paso de los años construye una cadena que las hace incapaces de apartarse de su miseria, y se acostumbran así a un destino donde lo único cierto es la desdicha. Si, son mujeres fieles... a sus dolores.
Idealmente, es en la familia donde las personas inician el camino hacia la adultez. La familia de Dolores es un pequeño infierno donde solamente se puede aprender que la infelicidad está a la vuelta de la esquina y que una manera de defenderse es acostumbrarse: se nace infeliz, se vive infeliz e infeliz se muere. Estas mujeres se reunen para observar su dolor, reflejado en las vidas de las otras. Después de todo, quizá el amor pueda servir para hallar un camino hacia una situación diferente.
Estar bien cuesta. Sobre todo por qué no sabemos cómo estar bien. No tenemos una guía de ruta para transitar el sendero de nuestra vida. No sabemos qué es lo que necesitamos para estar bien o cómo conseguirlo y frecuentemente el fallar en la búsqueda nos lleva a desistir, pensando que la felicidad es un estado de ánimo sobrevalorado. Pero la felicidad es nuestra definitiva razón de ser, lo único con lo que contamos para que nuestras penas no sean más fuertes que nosotros mismos.
Estas mujeres no saben reír ni llorar. Tendrán que aprenderlo entre sí, del hecho mismo de estar juntas. Tendrán que descubir que vale la pena seguir con vida, al menos por curiosidad... por saber qué les depara el destino.